Guillermo Saavedra nos muestra las relaciones y convenciones sociales de un grupo de jóvenes.

El ser humano está repleto de buenas y malas intenciones. Nuestra interpretación del mundo suele estar asentada en la existencia de juicios preconcebidos. En función de eso actuamos y nos mostramos a los demás. Además, tal y como mostró Ash en su famoso experimento social, solemos ajustarnos al comportamiento y a la manera de pensar de los otros. Al fin y al cabo, somos seres sociales y esto ayuda a estabilizar al grupo.
Ahora bien, en ocasiones, también nos podemos tomar con esas personas que se salen de lo que establece la mayoría. Estas personas suelen ser calificadas de raras y, en el mundo en el que estamos, pueden ser vistas como innovadoras (entonces son exalzadas) o como peligrosas (en tal caso son excluidas).
Pues bien, Siembra (Dibbuks) es una obra en la que se ahonda en todos estos elementos de un modo sencillo y, en cierto modo, naturalista. Saavedra nos muestra una pequeña población en la que viven un grupo de jóvenes. Ellos van a representar, de un modo u otros, diferentes grupos sociales. No obstante, el guionista quiere resaltar el carácter conservador de estas poblaciones y de las personas que viven en ellas. Por ello, centra su interés en comportamientos rupturistas y en las reacciones que éstos generan en una población con este carácter conservador.
Lo más interesante lo encontramos en unos de los personajes secundarios. Una especie de encarnación de la cizaña. Una persona con capacidad para ajustarse a lo que los otros esperan de ella. Recordemos que la cizaña es una planta tóxica, cuya harina es venenosa, que crece entre las plantas de cultivo y que resulta complicado deshacerse de ella. Pues bien, en esta obra existe un personaje con estas características. Este tipo de recursos, obviamente, no son nuevos, pero resulta interesante para la narración de la obra.
Siembra (Dibbuks) es una obra sugerente y bien narrada. Visualmente resulta chocante, ya que el autor busca incrementar –creo– es carácter conservadurista y naturalista de la obra. Se utilizan colores llamativos y las viñetas son muy claras. Además, la expresión emocional de los personajes es adecuada. En este sentido, es una obra que puede ser leída a dos velocidades. Por un lado, buscando el entretenimiento, podemos hacer un viaje más superficial. La obra se presta a ello. En segundo lugar, podemos ir parando en cada idea y personaje. En este sentido, Guillermo Saavedra es un poco maniqueo para lograr la sorpresa, manteniendo la atención del lector.
De cualquier manera estamos ante una obra de carácter comercial con cierta profundidad. No se entienda esto último como si estuviéramos hablando de una obra filosófica al estilo de Moore, Andreas, Altarriba o, incluso, (en menor medida) de Morrison. No es el caso. Tampoco tiene la hondura de Peeters o Gaiman. La profundidad de la obra es un tanto superficial y está circunscrita a las paradojas de las que hemos hablado y a la vertiente social y moral que plantea.
Por Xiana Martín.