Portada de Sherlock Frankenstein

Una vuelta de tuerca al Universo de Black Hammer

La editorial Astiberri sigue apostando por Jeff Lemire como uno de sus iconos internacionales. En esta ocasión, la editorial a publicado la segunda edición de Sherlock Frankenstein y la Legión del Mal, una obra entretenida y repleta de acción, que no se olvida de profundizar en la vida de los personajes para dar credibilidad a un trabajo que, de primeras, es enormemente fantástico.

Lemire es un creador solvente y fiable. Sus trabajos logran enganchar al lector y lo introduce en un universo narrativo que nos retrotrae a una de las obras icónicas del noveno arte: The League of Extraordinary Gentlemen. Pero, por encima de la obra de Moore, esta obra recuerda a las creaciones de Mignola (incluso aparece una ilustración de él en sus páginas interiores), más concretamente a AIDP, aunque también nos vendrá a la cabeza Hellboy. Ahora bien, este trabajo no es tan bueno como el de Moore o el de Mignola, desde luego. Ni siquiera llega a sorprender.

La representación y caracterización del personaje de Lucy da profundidad a la narración escrita y permite que la historia de búsqueda tenga visos de realidad. Lemire muestra en esta obra, tanto como en otras, la influencia del género de superhéroes tradicional. En este mismo sentido, Rubín crea unos personajes que harán las delicias del noveno arte, ya que logra que reproduzcamos en nuestro interior personajes de otros trabajos icónicos.  Ahora bien, su creación de personajes es tan ecléctica que iremos transitando, sutilmente, por la historia del cómic de superhéroes.

Página interior

Por otro lado, Rubín utiliza una estrategia narrativa sutil que resulta francamente brillante. Por un lado emplea una tesitura clásica y amable en la representación de la protagonista, mientras coquetea con el underground cuando tiene que representar a los seres mignolianos que también aparecen en ella. En este sentido, la obra camina entre viñetas duras y otras dulces. Entre entornos distópicos y un tanto desagradables, e imágenes claras y emocionantes.

Sin ninguna duda, el peso de esta obra se asienta en los hombros de David Rubín quien, con sumo acierto, conforma una narración visual extraordinaria. Por lo demás, estamos ante una obra entretenida que nos hará pasar un buen rato, pero que nos dejará un tanto indiferentes.

Por Xiana Martín