
En La Revista de Cómic seguimos con nuestro debate sobre los zombis y la cultura. En esta ocasión de la mano de Claudio J. Rodríguez.
No toda muerte tiene el mismo peso, y no todo cómic pone el mismo valor sobre la vida. Es recurrente la efímera naturaleza de la muerte en el mundo de un tipo específico de cómics, pero hay diferencias cualitativas entre los tipos de muerte que se abren como posibilidades para los personajes que habitan distintos mundos narrativos. Digamos, el Superman postrado y desarticulado de Jurgens está, en su forma más vulgar, muerto. Y de su muerte y numerosos títulos con remplazos sólo hay un resultado que impera: la resucitación. El Superman que resurge de la matriz regenerativa vuelve a la vida con plenas capacidades mentales. Este Superman no es un “muerto en vida”, es un muerto que ha vuelto a vivir.
Criaturas fugaces y anónimas como los zombies no pueden ser muertos que han vuelto a vivir, sino muertos en vida. La diferencia es psicológica en el sentido de la configuración de su aparato cognitivo: El zombie carece de éste, mientras que el muerto resucitado retiene una continuidad coherente entre su ser pre-muerto y su resurrección.
En primera instancia, lo que resulta de esto es que la muerte en vida no resulta ser lo que define al zombie. Ni siquiera su sed ciega lo es. Lo que define al zombie como personaje es que su experiencia se despersonaliza y se antihumaniza. La muerte, finalmente, tiene poco que ver con el zombie—es sólo un mecanismo de transición entre un estado que colinda entre los diferentes tonos de moralidad y un estado de absoluta disolución de su pertenencia social.
Ver un rostro humano disuelto de empatía, sin embargo, es parte del encanto de esta ficción. El zombie es un personaje despersonalizado, pero también es presentado bajo una sintaxis visual clara. En DCeased, por ejemplo, se nos entrega una versión alternativa del zombie que no depende por completo de la muerte, pero sí de su presentación tradicional. La muerte entonces es simbólica—irrelevante para efectos de lo que el zombie es. La ecuación anti-vida causa la transición, pero los efectos son, a grandes rasgos, idénticos a lo que esperamos de un zombie.

Y sin embargo, Marvel Zombies, por poner otro ejemplo, no retiene el aspecto psicológico de nuestra previa presición. Los zombies retienen su aspecto visual, pero cognitivamente, mantienen, más o menos, sus plenas capacidades. Éstos son, a la mirada del lector, zombies por apariencia y ansia. Como la taxonomía del zombie se diluye, basta compara los superhéroes en uso de sus facultades de Marvel Zombies con el Batman de Red Rain de 1991, donde Batman adquiere las habilidades y desventajas de los vampiros, incluyendo la imperiosa necesidad de ingerir sangre humana. Las diferencias son específicas, pero no cuantiosas: En primer lugar, los zombies de Marvel Zombie no pueden detener su deseo mortal, mientras que el Batman vampiro lucha contra su instinto a fuerza de voluntad. Más importante es la segunda diferencia: el Batman vampiro no parece zombie.
En Zo zo zo zombie-kun de Yasunari Nagatoshi hay otra diferencia notable: La presentación es compartida, e incluso las características cognitivas del zombie se mantienen más o menos bajo la misma línea de los zombies clásicos, pero éste es un zombie para niños, infantil, sin maldad. ¿Sigue siendo esto un zombie? ¿Es su presentación visual y denominación lo que realmente cuenta?
Frank Snowden, en su Epidemics and Society examina la transición entre la visión romántica y la no romántica de la tuberculosis, dándonos quizás una pista sobre cómo cambia la visión de qué características comparten los grupos infectados a nivel social. De la tuberculosis como una enfermedad que ennoblece, se pasa a una visión más cruda,de la enfermedad como indicador de pobreza. El zombie, en la escritura del cómic, se desguaza. Como la tuberculosis, la forma en que el cómic ve los zombies se transforma. En Crossed, de Garth Ennis, se nos presentan infectados inmorales, monstruos de rostro humano que actúan según sus más bajos impulsos. Éstos, sin embargo, no han muerto ni llevan los aspectos más tradicionales de la apariencia del zombie. No son zombies como tales porque sus aspectos no van de la mano con la podredumbre del cuerpo. Si esto es lo único que los desclasifica del género, entonces el género lo define su visualidad y una vaga sensación general de que los zombies hacen, a menudo, pero no necesariamente, cosas horribles.

La era donde el zombie es anónimo, amoral y automático ha sido relegada a una opción. Ciertas propiedades asumidas del zombie delimitan el término, y sin embargo, estas limitaciones son más importantes cuando se les da visualidad. Incluso en casos menos tradicionales en cuanto a su expresión y género, como son los zombies “agusanados” del Infection de Tooru Oikawa, hay una continuidad entre el valor visual de la muerte y la representación del personaje.
Finalmente, la vida del zombie como personaje ha mutado cual enfermedad, y con ello, posiblemente, cómo los tratamos. Desde la libertad relativa que tienen los personajes para (re)matarlos (donde hasta el Superman de DCeased se permite el lujo) a casos en que dar muerte a un zombie no es aceptable (como en Igai – The Play Dead/Alive de Tsukasa Saimura), el zombie es un conflicto de asociaciones psicológicas y fisiológicas. La violencia del personaje es casi universal, pero no definitiva. La muerte de la persona—o su extinción, quizás—nos acerca más a la fuente del significado de ser un zombie, pero su definición propiamente tal evoluciona. Su visualidad es más o menos rígida, pero no de forma exclusiva. La no-vida es, por ahora, una experiencia entre vacía y deformada, más abierta de lo que podríamos esperar. La pregunta restante, en todo caso, es si lo que es casi un zombie cuenta como tal. Y si no, aunque tiendo a pensar que sí, ¿hasta dónde nos puede llevar un concepto diferente?
Por Claudio J. Rodríguez H.
Bibliografía
Snowden, F.M. (2020). Epidemics and Society: From the Black Death to the Present. Yale University Press, New Haven.