
Tras una primera parte llamativa y sorprendente, la serie termina optando por ser una copia de otros trabajos previos.
James Tynion IV y Martin Simmonds continúan desarrollando las ideas establecidas en la primera parte del Departamento de la Verdad. La serie comenzó con unas premisas interesantes. La idea fuerza podría ser que los imaginarios que establecemos socialmente conforman la realidad circundante. Sobre esto ya hemos hablado en el artículo anterior sobre esta serie. Esto permite a los autores estructurar una narración confusa y sugerente. Además, el guión de Tynion logra mantener el interés gracias a la tensión narrativa y al misterio generado (gracias a esa confusión de la que hablamos).
En este sentido, la primera parte de la serie, como dijimos en su momento, recordaba un poco a la serie de televisión X-File (Expediente X). Con el trascurso de la serie, y más concretamente en este segundo volumen, aquel parecido se confirma plenamente. Es decir, El Departamento de la Verdad, en su conjunto, es una versión alternativa y actualizada de X-File. De hecho, en el cómic nos vamos a topar con los personajes nacidos de la superchería colectiva, tal y como también hacía la serie. Esto convierte a esta obra en algo burdo y simplón. Y, por supuesto, como digo, una reconversión aquella mítica serie.
Cuando me adentré en la primera parte me venían a la cabeza elementos políticos y sociales. Esto me resultó estimulante y me vinieron a la cabeza obras de Alan Moore, entre otras. Ahora bien, a medida que pasamos las páginas del segundo volumen, comenzamos a ver, precisamente, a Alan Moore y, más concretamente, a su magistral Providence. De hecho, veremos un personaje principal homosexual (como Providence) que está en un proceso de búsqueda relacionado con las supersticiones y con los imaginarios colectivos. Por otro lado, la narración, en ambas obras, explica que estas creencias conforman la realidad en la que estamos. Además, Tynion también utiliza el recurso de emplear la narración literaria como ampliador de información (del mismo modo que hizo Moore en Providence). En definitiva, uno termina teniendo la sensación de estar leyendo Providence, pero con influencia de la serie de televisión.

Por todo lo dicho, estamos ante una obra que parece una mezcla de ambos trabajos, lo cual rompe con la originalidad inicial de la misma. La gran diferencia entre ambas es que Moore se adentra, de un modo sutil y elegante, en los condicionantes políticos, por lo que las supersticiones terminan siendo anecdóticas. En cambio, en la obra de Tynion lo único importante es la consabida supuesta intención de ocultación política de la supuesta existencia de los elementos esotéricos y supersticiosos. La diferencia de foco narrativo es vital, pese a que ambas comparten basamento narrativo.
Por otro lado, la narración escrita de Tynion se esfuerza en ser grandilocuente y pomposa buscando una profundidad que no llega. De hecho, el carácter político inicial se diluye en un conjunto de vagas ideas que confunden por imprecisas y convierten a la narración escrita en algo anodino. Ahora bien, no todo es negativo. La obra logra mantener la tensión y el interés si aceptamos que estamos ante una historia un tanto simplona.
Sin embargo, la narración visual sigue siendo llamativa y emocionante. El trabajo de Simmonds conserva su fluidez y brillantez. Sin ninguna duda es lo mejor de la serie. Su narración visual es excelente y atrapa al lector entre viñetas cambiantes y estructuras de página dinámicas. Por último, el trabajo de Dibikar también resulta espectacular. Por lo tanto, el apartado gráfico es lo mejor de esta obra y lo único que, en realidad, merece la pena de este segundo volumen.
En definitiva, si sois creyentes y os interesan las historias sobre las creencias colectivas, esta obra os puede gustar. Si sois más realistas, entonces este trabajo resultará sumamente decepcionante.
Por Juan R. Coca