
Little Bird es una obra galardonada con un Eisner que no termina de convencer
El mundo del noveno arte, en ocasiones, asienta creaciones en tópicos tan recurrentes que hacen que las obras que así lo hacen, puedan caer en planteamientos anodinos y poco creativos. Little Bird, precisamente, cae en estos topicazos del noveno arte y termina siendo una obra sin substancia y centrada en la forma. Veamos qué queremos decir.
La narración está centrada en una perspectiva distópica en la que el hiperconservadurismo campa a sus anchas y gobiernas el mundo de la época. Este hecho, esta reminiscencia de una especie de medievalismo reinterpretado en futuro posible, donde volvemos a encontrar a los representantes de la iglesia como agentes políticos, ha dado grandes historias. De hecho, autores como Altarriba, Moore, Hill o Morrison han empleado esta estrategia, de un modo u otro, como estrategia narrativa. Al fin y al cabo, el conservadurismo extremo resulta atractivo como configurador de un enemigo a batir. Ello es así puesto que esta ideología suele venir acompañada de un rigorismo moral y una ética ajustada a las intenciones de los poderosos. Hablamos, entonces, de unos personajes hipócritas y sanguinarios. Como decimos esa realidad sangrienta de una deformación del Medievo que vuelve y vuelve reconvertido en diferentes alternativas narrativas.

Ante estos enemigos (que, por otro lado, son tecnofílicos y tienen a su favor el desarrollo de la ciencia y la tecnología) está un grupo de rebeldes con aire primitivo y con menos capacidad tecnológica. Otro tópico constante del mundo distópico. Esto nos conduce a los pensadores de la ilustración francesa que concebían a la naturaleza como expresión de aquello que hace al humano lo que es. De ahí que la tecnología, y sus productos, nos alejen del mundo natural que nos hace, como decimos, verdaderamente humanos.
En este juego narrativo manido y repetitivo, se inserta una historia sangrienta y repleta de acción. Un trabajo que pretende llamar la atención con un comienzo profundo y algo filosófico, para desinflarse en un conjunto de vísceras. La obra, además, muestra una clara influencia del cómic japonés con un talante semejante. De hecho, la narración visual firmada por Ian Bertram puede ser considerada como parte del llamado manga europeo. Este aspecto visual es, sin duda, lo mejor del trabajo, al igual que la narración escrita termina siendo demasiado confusa y carente de sentido.
El problema principal del trabajo es que pretende ser profunda y no logra materializar esta intención. Se sirve, para ello, de cierto grado de confusión y de ausencias narrativas para el lector construya su propia interpretación y aporte ese elemento subjetivo presente en las obras de peso. Lo que sucede es que esos silencios, esos espacios de narración no funcionan y solamente generan confusión. Todo ello me lleva a cuestionar el premio concedido a este trabajo y considerarlo como una obra entretenida y notable, pero, sin ninguna duda, no es una obra sobresaliente.
Por Juan R. Coca